¡¡La lucha antiimperialista nos llama!!

¡No a la hegemonia del capitalismo,
NO a la dominio del sionismo!!

Hermanos y hermanas,bienvenidos a nuestro sitio web. Es nuestra pretensión hacer de este espacio virtual,un lugar de información,
debate y encuentro entre todas y todos los que nos sentimos convocados a manifestarnos y a luchar en favor de la libre determinación de los pueblos,
del libre uso de sus recursos naturales en su propio beneficio y de TODA LA HUMANIDAD,del respeto a la diversidad de género,étnica y cultural,por una paz justa y verdadera,por el desarrollo integral de todos los niños, hombres y mujeres del mundo, por la justicia social.
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Cuando su abuelo murió de viejo, Al Amed su padre, llegó sin saber un día cómo a las puertas de Jerusalén, su ciudad natal; había escuchado decir que allí se vivía mejor, que el agua se encontraba al alcance de la mano y la sombra estaba en todas partes. 
Se puso con una tienda, lo único que sabía hacer era vender cosas…
A su padre Al Amed lo llamaron fariseo.
Él se crió junto a sus hermanos y primos en una pequeña aldea cerca de aquella gran ciudad; allí conoció a una joven y enigmática mujer con la que tuvo ocho hijos y vivieron tan felices como se puede ser cuando se es pobre.
Un día, hace muchos años atrás, llegaron unos hombres con nombres extraños y les dijeron que esas tierras les pertenecían, porque su dios, Jehová, así lo dispuso. Su dios no era el de ellos, “es un dios injusto aquel que le quita la tierra a otros para dársela a sus hijos” decía su hermano. Se juntaron esa tarde los aldeanos y se preguntaron: ¿por qué habríamos de irnos, a dónde, si aquí nacieron nuestros abuelos, nuestros padres, nuestros hijos? Decidieron entonces que de esas tierras no se irían.

Pasó algún tiempo y una tarde, cuando volvía junto a uno de sus hermanos de su trabajo de obrero en un pozo de petróleo recién descubierto, escucharon un estruendo ensordecedor, llantos de niños y mujeres, quejidos de moribundos y vio algo que no podrá olvidar jamás mientras viva: una enorme máquina de fierro, como esas que usan los gringos para remover la tierra, pasaba por sobre su casa en cuyo interior se encontraban su mujer, varios de sus hijos y su madre ya anciana; sintió un dolor indescriptible, trató de impedirlo, pero una granada explotó a su lado y le hizo perder la conciencia. 

Despertó días después en casa de su hermana, sin poder borrar de su mente aquella visión atroz... y desde aquel día supo, que aunque nunca podrá recuperar a esa joven y enigmática mujer, ni a sus hijos, ni a su madre, ni a sus vecinos, ni su casa…nunca dejaría de luchar. 
En esos atardeceres en que el sol se esconde avergonzado de iluminar tanta maldad, él, que ya está viejo, a menudo cuenta esta historia y siempre que la recuerda se pone triste…  
A él lo llaman... terrorista.

Alfredo Saieg.
Valparaíso, abril de 2005.
 
 

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